jueves, 17 de enero de 2013

DOÑA FLORA DE GADES.



Doña Flora de Gades, de 59 años, es noble de cuna. Ahora ostenta el título de marquesa, que heredó tras el fallecimiento de sus padres. Mujer culta donde las haya, pues creció entre los legados y manuscritos de su padre, quien dedicó toda una vida a la literatura y cultura del país. Estudió en los mejores colegios de su época. para seguir sus pasos. Pero tanto se centró en cultivar su mente que descuidó su físico, es por ello que siempre viste de tonos marrones con zapatos planos, pantalones y prendas anchas. La Doña, siempre vive en su mundo interior.
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Su inmueble de vacaciones data del siglo XVI, herencia de sus antepasados. Antaño fue monasterio de frailes. Un caserón en medio de inmensas hectáreas agrícolas y ganaderas, junto a un amplio monte de encinas. Toda una finca en producción de cereales, ovina, caza mayor y menor. Los años no han ido pasando en balde, por lo cual la mansión se ve algo deteriorada, con humedades y en algunas zonas con olor a carcoma. Grandes ventanales con marcos de madera vieja y cristales sujetos con pequeñas puntas.
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Era una tarde de primavera de mil novecientos noventa y uno con un cielo grisáceo, la criada se encontraba en la gran cocina de suelo rojizo, arreglando un pollo para la cena. Cada vez que tenía que ir a la despensa se escuchaba el soniquete de las baldosas sueltas, que no eran pocas. Por eso para evitar tan constantes sonidos vinientes de la cocina, Doña Flora de Gades, con su constante susurro nasal a modo de canturreo interno, se dirigió a la biblioteca para escoger un libro entre los cientos que allí se reunían. Era un buen modo de pasar la tarde, si por algo amaba aquel lugar era por el silencio y el sosiego que aporta el poder vivir en medio del campo, allí como perdido en la nada. Aquel olor a pergaminos viejos, le traía a su mente muy gratos recuerdos de infancia, jugando a los pies de su padre, mientras él escribía las obras de arte que ella podía leer hoy en día. Por tanto escogió uno de esos libros que tanto la motivaban, aún con la letra a mano de su progenitor el marqués de Caunto. Al parecer se estaba levantando algo de viento, porque el zumbido se hacía oír a modo de silbido entre las rendijas de las maderas y cristales de los ventanales.

Con el libro en sus manos decidió salir a leer al porche, pues a pesar de soplar el aire no hacía frío. En el pasillo de esa primera planta, no podía por menos que contemplar los lienzos a escala real de sus ancestros, los cuales siempre parecían observar a quien osase posar la mirada en ellos. Bajó las escaleras haciendo rechinar cada peldaño de madera. Una vez en el pasillo inferior, pensó que ya iba siendo hora de cambiar de zapatos, porque las piedras que decoraban el suelo se le iban clavando considerablemente en los pies. Se paró a centrar uno de los cientos de cuadros de caza, este era una metopa con grandes colmillos reales de jabalí, recuerdo de la montería que allí había celebrado su marido tan solo quince años atrás. Prosiguió el camino por el largo pasillo con su típica entonación personal -si no estaba ocupada en leer, ella siempre iba sumida en la música-, así mientras sus pasos repicoteaban las piedras al pasar. Llegó a la calle donde todo cuanto alcanzaba la vista era suyo, inspiró aquel olor tan puro, que a su vez traía un ligero matiz a tierra mojada, pero no le dio la más mínima importancia. Colocó los suaves y mullidos cojines de gruesas rayas verdes y blancas en la tumbona de madera color hierba, se acomodó y comenzó con su inseparable lectura.

Dos horas después, ajena al tintinear del agua en su amplia vestimenta, ella continuaba inmersa en los mundos imaginados por su padre. Vivía cada palabra, cada línea, cada frase, cada página la acercaba más y más a quien tanto amó y por quien tanta admiración sentía.

-Señora. Oiga Doña Flora. –Dijo la criada tocando su hombro para que saliese de su ensimismamiento, pues llevaba un rato llamando y no contestaba.

-¡Sí! –Respondió sobresaltada.

-¡Señora, que se está, usted, mojando! –Advirtió su doncella.

-¡Oh, pues es verdad! No me había dado cuenta. Gracias María. –Agradeció mientras se sacudía el agua fría que comenzaba a calar el libro y sus prendas.

1 comentario:

  1. "...ajena al tintinear del agua en su amplia vestimenta..." Oh, que frase más chula. Oye, esta historia podía ir a más.

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