martes, 23 de abril de 2013

CONFIDENCIAS A ORILLAS DEL TORMES



—Buenos días tenga vuestra merced, ¿precisáis de este joven experimentado en guiar de otros los pasos? También podría servirle a vos de escudero, pues por sus vestimentas denoto en usted un arduo caballero.

—Antes preciso yo saber, ¿dónde dejasteis, pillastre, al ciego que llevabais por lastre?

—¿Cómo sabe vos de mí?

—Soy hombre bien leído y aunque algunos me tachen de loco, culto e ilustrado me hallo. ¿Cómo ha de ser, que no conozca yo al hijo de Tomé González y Antonia Pérez, naturales de Tejares, provincia de Salamanca, bien apodado como Lazarillo de Tormes? Lo que me desfigura un poco el semblante es que, alguien como vos, no escuchara por estos lares de mis aventuras y desvaríos, allá por mis tierras manchegas de cuyo nombre no quiero acordarme.

—Dispénseme, Don Quijote, que al no verle yo a vos con Don Sancho pegado a los cuartos traseros de su Rocín, no le había reconocido bien por su porte y gallardía; y dígame, ¿cómo es que de su Castilla la Mancha anda vos tan alejado?

—Callar rufián, que de buena me he librado.

—Cuente, cuente, Don Quijote, sentémonos junto al Tormes para que se sienta vos más sosegado, mientras su corcel pasta por estos verdes campos. Preste atención al sonido relajante de sus aguas fluviales, disfrute el aroma de su floreada y primaveral orilla, y déjese acunar por el trinar de sus pájaros. Este al que llaman el Lazarillo de Tormes, dispone de todo el día para escucharle, no si a bien antes nos deleitamos con un mendrugo de pan y un trozo de ese queso manchego que hasta aquí llegaron arduas maravillas de semejante manjar.

—La fama le precede joven pícaro, puesto que a espabilados pocos le alcanzan, ¡si mi Sancho portara la mitad de su astucia…!

—Temple letrado, y demos antes algunos bocados.

—Almorzar vos, que yo ando con el estomago cerrado tras llevar días sin saber de mi amada Dulcinea, tanto es así que hasta el hambre como digo se ha llevado. Mandé a Sancho buscar en cada rincón y establo, no sea que algún mal bellaco de mi doncella haya abusado, o curse a posteriores un atraco, ¿atraco he dicho? ¡Qué Dios nos guarde! Que palabra tan mal sonante; pero bueno, a seguro tengo que de algún libro la habré sacado y como ando algo desmemoriado… El caso es que tras mucho trasegar con mi Rocinante bien gallardo, cambie de Castilla sin caer en la cuenta de que van separadas a penas por una astilla, y suerte tuve en que no me la clavé sino… Cuénteme mozalbete ¿Dónde dejasteis al que ni su dedo ve?

—Espere mi señor hidalgo, ¿no tendrá vino? Que me estoy añusgando.

—Ansia cursa en demasía, joven desamparado, ¡por Dios que es cierto que se ahoga, que hasta se le ha morado la imagen! A ver, a ver que busco entre las cosas de mi Rocinante… Tenga hombre de Dios, aplaque su sed, que buen susto me ha llegado. Loco me alucen sí, pero bien cuerdo me ando de no morir asfixiado.

—Sea pues por la misericordia de Dios, que la vida, vuestra merced, me ha salvado.

—Deje, deje que no soy yo tan tarado.

—Gracias sean pues, pero no cese en su hablar y proceda a continuar contando, que tras el destemple, de estas viandas buena parte yo les seguiré dando.

—Buenas tragaderas son las que posee mi joven pillastre, mas bien a gusto bajo este puente de Salamanca me hallo. Mire a mi semental, que placido se le ve pastando. Pero como bien le andaba adelantando, no está perdida mi dama, para mis entendederas que está secuestrada por alguna posadera, que de envidia, por mi persona recela, no sea que me despose con mi bella Dulcinea, perdiendo la oportunidad plena de que yo pudiera casar con alguna de ellas… ¿Cómo es eso? ¿Ya no dais más cuenta para terminar con mis viandas?

—Siento comunicarle, Don Quijote, ahora que no nos ve ni lee nadie, que en cierto modo yo no soy ni un ladrón ni un tragón, así como me describió ese tal Diego Hurtado; y el ciego sí ve, por ello me despidió.

—¡Por los santos más sagrados González! Crea que en semejante tesitura yo me hallo, puesto que mi locura aquí contada es fingida para quitarme de encima al pesado de Sancho. No sé de donde se sacó estos desvaríos que hizo míos el loco de Miguel Cervantes, ¡qué locura de hombre! Y trae lo que dejaste de mi fiambre que por su culpa llevo años pasando hambre.

domingo, 31 de marzo de 2013

LUCRECIA, UNA MUJER MANCILLADA POR LA HISTORIA



Cuan injusta fue la vida, que me hizo ser mujer en un mundo regido por los hombres, hombres con poder. Sin derecho a escoger el marido con el que deseaba pasar la vida, con quien en verdad yo quería yacer. Educada a conciencia para satisfacer a mi familia a su antojo, enseñada a callar cuando mi corazón necesitara gritar a plena voz y mis piernas correr todo lo lejos posible de esa vida que me toco acatar. Fui señorita de cuna como otras tantas, pero tan solo por el mero hecho de tener el apellido que me dieron, me colocaron la mala fama. Si en verdad toda esa gente, que ensució mi paso por el mundo, supiera cuantas lágrimas derramé, por cuanto tiempo tuve que frotar mi piel en cada baño, tan solo para quitarme el asco de sentirme mujer poseída a la fuerza. Me violentaron desde que apenas era una niña y nadie se preocupó por mí. Era más fácil que después de muerta me tacharan de mala mujer, o como aún comentan algunos de este siglo XIX, que ni tan siquiera me llegaron a conocer. “A la golfa de los Borgia, de sangre le vino.” Infelices, qué sabrán ellos lo que me tocó sufir.

Corría el año 1501, cuando los Borgia por intereses propios y con vistas a continuar manipulando el poder de Italia, arreglaron una nueva alianza, esta vez con el duque de Ferrata. Entregando a la viuda Lucrecia, como esposa de don Alfonso d´Este, heredero del duquesado.

–Pero padre ¿otra vez? –Refunfuñó ella, indignada de que siempre la usaran como moneda de cambio.

–Tantas veces como nuestro señor padre provea, querida hermana. –Atajó cortante el cardenal Cesar Borgia.

–¿A vos que os incumbe? ¡Oh claro! A vos todo os atañe en cuanto a mi vida respecta ¿Lo vais a consentir es vez?. –La ironía era palpable en el ambiente íntimo entre los hermanos.

–Yo continuaré visitándoos tantas veces me plazca, para eso soy vuestro hermano ¿A caso lo dudabas? –Avisó amenazante el cardenal–. Ya sabes cómo funciona esto, querida. Si dejas de sernos leal y complacernos en nuestros objetivos, dejaras de sernos útil y quién sabe, tal vez corras la suerte de tu difunto esposo. Porque… Ya sabes lo que les sucede a los que nos dejan de ser útiles ¿verdad?

–Tranquilo mi señor, yo soy una Borgia ¿cómo olvidarlo si me lo recuerda a cada rato? – Espetó Lucrecia con diplomacia, a la que acataba una vez más su cometido con una ligera reverencia fingida de dignidad.

–Bien, así me gusta, dócil y mansa como te enseñé. –Susurró su padre, el Papa Alejandro VI, mientras tomaba uno de sus mechones rizados para olerlos como otras tantas veces–. Yo ya voy estando muy mayor, pero tu hermano proveerá por ti cuando yo os falte. Ahora dispongamos todo para el enlace, no podemos perder más tiempo.

Así es, como la joven Lucrecia se enfrentaba como otras tantas veces, a un destino incierto, llevada por las fauces familiares de sus lobos sedientos de fama y gloria, los Borgia.

Han pasado tantos años… Que podría decir que me siento vieja si no fuera porque aquí me hayo intentando parir de nuevo. Esta vez presiento que algo no va bien el dolor se hace insoportable y las fuerzas me fallan sería una pena por la criatura que está por nacer pero estoy tan cansada de vivir que no me importaría poner mi punto y final aquí. Por más que rebusco para encontrar el lado positivo a mi existencia no logro encontrar ni un pequeño resquicio de ello. Siempre fingiendo para satisfacer a todos ¡por Dios, como duele! Ni que los mil demonios jugaran a despedazar mis entrañas. Respira Lucrecia respira. Puntos con los que sentirme satisfecha…Sí podría decir que mi infancia no fue mala del todo y en estos últimos años de matrimonio como la duquesa de Ferrata he sido una verdadera señora disfrutando de lo que en verdad me gusta la cultura, el arte y de las personas que comparten sus talentos y debates conmigo. ¡Por los clavos de Cristo! De esta ya no salgo acabo de perder la consciencia del dolor tengo sueño… Sí mucho sueño… Las fuerzas me abandonan… Señor gracias por llamarme a tu lado a mis treinta y nueve años mas protege de las garras del mal y de los míos a quien de mis entrañas está por nacer no dejes que un inocente muera aunque yo sin voluntad propia haya sido una servil pecadora.

viernes, 29 de marzo de 2013

TRAVESÍA A LA ETERNIDAD.



Titanic, (escena final).

Habían pasado muchos años, desde que aquellas personas embarcaron por primera vez, en el buque más famoso del mundo, para vivir la historia de sus vidas.

Sus vivencias perduraban en el tiempo, en los recuerdos de Rous, la última superviviente. Ella tenía la clave que tanto ansiaban encontrar los investigadores. La experiencia de lo que en verdad sucedió, pero mirada con otros ojos, con los del protagonista del relato más fehaciente que se puede compartir. La crónica que jamás olvidaría la humanidad por largo que fuese su existir.

Pero tras compartir parte de su biografía, allí estaba, como le había pedido Jack Thompson, con las anécdotas de aquellos anhelos hechos realidad, en las fotografías que reposaban en la mesilla de noche. Ella, una adorable anciana, metida en una pequeña cama calentita, cumpliendo así, la última promesa que le hizo.

Cuando su alma dejó atrás aquel cuerpo de pelo blanco, reposando sobre las sábanas del camarote que navegaba sobre las olas oceánicas, atravesó las gélidas aguas para llegar hasta el fondo. El Titanic era su destino, el lugar de donde su corazón de mujer, nunca había desembarcado.

Una vez más, pisaba la cubierta firme y pulida, radiante y nueva como lo mantuvo en su memoria. Apresurada sabía hacia dónde dirigir su andadura. El reloj de las escaleras de madera con bóveda acristalada. Un joven le abrió la puerta, y allí estaban todos, esperando su entrada. Todas las caras conocidas que viajaron junto a ella en el pasado. El señor Andreu, el italiano Marcelo, la niña irlandesa que por las noches bailaba con Jack en los bailes de tercera clase, todos los amigos añorados de aquella travesía, la recibían alegres, y frente al reloj, su amado, tan joven y puesto como siempre. El ascenso por la escalera se fraguó, cuando Jack le tendió la mano, para acabar los últimos peldaños en el beso más puro y sincero que da el amor eterno.

Aquella estancia rompió el silencio con los aplausos de todos los allí presentes. Con Rous, la última pasajera que faltaba por llegar, ya había culminado la espera. El Titanic, ahora sí, podría zarpar travesía a la eternidad sin condiciones ni clases.

sábado, 9 de marzo de 2013

EL ANILLO HECHIZADO DE LA REINA DRAGON



Ejercicio 20 con espacio limitado.

Una anciana es asaltada en la calle y le roban su anillo de boda. Cuando se dispone a pedir auxilio, siente que en la voz no existe tono conocido, algo está sucediendo en su interior, el cuerpo se revela, contra ella misma. Las manos oscas, arrugadas y rozando la última fase mortecina de la vida, de pronto se tornan en jóvenes y lustrosas. Los cabellos blancos y lacios de nuevas se vuelven rubios, voluminosos y llenos de brillo. Cuando se gira para ver la alteración de la imagen ante el escaparate de lentes, comprueba que la mujer joven que aparece ante sus ojos en aquel reflejo no es la anciana que vio por la mañana ante el espejo mientras se vestía. Adiós a las arrugas, a los labios finos de tristeza, a los ojos apagados, a las uñas carcomidas por la vida, a los pellejos de un cuerpo consumidos por el agotamiento.

Pero al fijarse en el cristal su perplejidad va en aumento. Todo esto no solo le ha mutado a ella, incluso el lugar está cambiando. Donde había edificios comienzan a aparecer árboles, los coches se convierten en flores, las calles en senderos y veredas… Toda la ciudad ha desaparecido ante sí. Los pájaros se han convertido en dragones, las moscas en mariposas, los niños en huargos, los hombres en guerreros de otro tiempo, los perros en sus caballos, y ella… Aún continúa modificando su aspecto. Sus ropas abren paso a las escamas de serpiente, su columna se alarga cada vez más para terminar en una larga, fina y puntiaguda cola de flecha azul turquesa. De los omoplatos sacude un dolor intenso que se resuelve en unas enormes alas blancas. Pero esto no ha terminado, pues el dolor hace que incline su cabeza escondiendo esta bajo sus manos. Es insoportable, tanto que sale disparada en un vuelo veloz, quiere gritar pero ya no puede, su voz es el estrepitoso alarido de una bestia, semejante al grito de un ancestral dinosaurio. Al rozar el agua del lago en pleno vuelo rasante, se ve reflejada en el líquido manso. Es la monstrua más hermosa que jamás ha imaginado. Sus ojos se tornaron rosas como los de una gata manga, con unas pestañas marcadas en negro vivo bien perfilado, su nariz se volvió chata como la trufa de una pantera, pero sus labios continúan siendo de mujer con colmillos afilados. Las manos parecen una mezcla de humanas y tigresa blanca, al igual que sus nuevas orejas en uve. Los pies son como los de un águila enorme, fuertes y con afiladas garras.

Una vez terminado el cambio, se da cuenta de que ve, oye y huele infinitamente más que antes, y por ende los asaltantes aún corren incrédulos, expectantes y asustados entre los árboles. En un par de aleteos les da caza, portando a cada uno en una de sus patas, llevándolos hasta unas cuevas que vio hace unos instantes en lo alto de la montaña.

–¿Qué habéis hecho? –Gruñe enfadada.

–Lo lamentamos mi reina, pero teníamos que libraros del hechizo. –Espetaron ellos abrazados uno al otro arrinconados de miedo.

–¿Hechizo? ¿Qué hechizo? Hablad mezquinos. –Rugió con furia.

Los hombres dejaron caer el anillo al suelo, recreándose en dos pequeños hombrecillos del bosque, más bien tenían aspecto entre enanos y duendes, pero un tanto más feos.

–Señora, llevamos muchos años buscándola por todo el reino, hoy al fin hemos dado con vos, por eso teníamos que quitarla el anillo de su mano. ¿No lo recuerda? –preguntó el que de pronto portaba un sombrero rojo.

–No, ¿qué es eso que he de recordar? –Preguntó algo más calmada.

–Su boda, con el hijo de la hechicera de Roca Negra.

–¡Alan! –Pronunció entre susurros–. El pez volador del lago Trémula, ¡ya lo recuerdo! –Se dejó caer sobre sus posaderas, abrazando con ambas manos su vientre.

–Sí mi señora, la hechicera les maldijo el día de la boda, desterrándonos de todo cuanto conocíamos el día en que ambos concibieran su primer hijo.

–¿Dónde está Alan? – Pero a esa pregunta nadie pudo dar una respuesta. Por lo que la reina de los dragones, derramó una lágrima que fue a parar al anillo de bodas.

–Solo las verdaderas lágrimas de dragón me devolverían a la vida. –Dijo el pez volador saliendo del interior del anillo como si llegara de otro mundo, con un gran huevo brillante entre sus brazos-. Te prometí que ella no podría con nuestro amor, vida mía.

sábado, 2 de marzo de 2013

EL CUENTO DE LA MARIQUITA NICOL



Tema: Los sueños aún no alcanzados.

Efecto: Reflexión.

En el país de Mayavik, nació Nicol, una pequeña mariquita sin colores en las alas. Ella no podía volar, porque el aire traspasaba el tejido de sus grandes élitros descoloridos. Todos sentían compasión por ella, los más pequeños en cambio se burlaban por su diferencia. Nicol se percibía acomplejada, ello le causó una profunda timidez, tal era esta que apenas quería ni salir de casa. Pero un buen día su historia llegó a los oídos del hada del bosque, quien fue a verla en persona. Una vez estudió su caso, animó a Nicol, le dijo que debería ir en busca del duende de los colores. Aseguró que él tendría la solución para sanar su problema. Nicol tendría que emprender viaje hacia el puente del arco iris, donde no sin riesgo de tropezar con el troll que lo protegía, el cometido para poder acceder era el responder a cuatro de sus preguntas sin error alguno. Solo así podría cruzar hasta el otro extremo, donde se hallaba el duende Colors.

Nicol aún atesoraba el miedo, que durante el tiempo de vida, le precedía en su forma de ser. No obstante, se armó del valor con el que el hada del bosque le dotó y emprendió su viaje.

Caminó y caminó en soledad. Cruzando bosques, senderos, valles y colinas. Los días parecían alargarse, pues el cansancio comenzaba a producir estragos en sus diminutas patitas. Pero Nicol no se rendía, había llegado muy lejos, como para darse la vuelta. Decidió subir a lo alto de una montaña, para ver si desde allí lograba divisar el tan ansiado arco iris. Una vez más, la noche se le echó encima y tuvo que pernoctar en la cúspide de aquella gélida montaña. Sus esperanzas iniciaban a flaquear, cuando de pronto… -¡Por las hojas del castaño! Ahí está, ¡al fin lo he encontrado! -Con las prisas de querer bajar la montaña, tropezó con un diminuto montículo de arena y calló rodando un buen trecho. Exhausta y mareada logró reincorporarse sobre sus magulladas patitas. Cojeando prosiguió su andadura, al menos ahora tenía su objetivo localizado.

Cuando consiguió llegar a la base del puente, salió a su paso un maloliente troll interrumpiendo el trasiego.

-¿Dónde vas? –Quiso saber él, limpiándose los mocos verdes con el dorso de una enorme mano peluda.

-En busca del duende Colors. –Respondió Nicol bastante asustada.

-¿Quién eres tú?

-Nicol, la mariquita incolora. –Alegó mientras se sentaba fatigada.

-¿Qué les pasó a tus estúpidas alas? –Curioseó grosero el troll mientras caminaba torpemente a su alrededor.

-No lo sé, nací así.

-¿Sabías que pareces un bicho raro? –Se burló con una sonora carcajada

-Sí, al menos con el más raro que yo me he cruzado. –Confesó triste bajando la mirada hacia el suelo.

-Bueno pues si quieres ver al viejo Colors, tendrás que responder a cuatro de mis preguntas. –Carraspeó mientras se rascaba la barbilla pensativo.

-Disculpe, pero ya me las acaba de hacer y yo le di las respuestas pertinentes y correctas. –Aterrada por la reacción de su interlocutor, encogió el cuello y ladeó un poco el cuerpo por si tenía que salir corriendo de allí.

-¿Cómo? ¡Por los pies de mi abuelo! Ya me ha vuelto a suceder. –Se enfadó el troll consigo mismo, mientras se daba un mamporro en la sesera con la parte baja de la mano.

Nicol asustada, retrocedió dos pasos.

-Lo lamento, pero me ha costado mucho llegar hasta aquí, ahora le toca dejarme pasar. –Espetó ella.

El troll, se apartó sin más preámbulos ni repliques, dejando que Nicol ascendiera por el puente del arco iris en busca del duende.

-Gracias. –Susurró mientras pasaba a su lado, aún incrédula con lo que acababa de suceder.

Al pisar en la extensa alfombra, que formaba aquel majestuoso puente de colores, sonaron las notas musicales de un piano según el color que tocaran sus patitas. Do, de amor en el rojo, re, de orgullo para el naranja, mi, de alegría cuando accionó el amarillo, fa, de confianza al tocar el verde, sol, de paz con el azul claro, la, de admiración dentro del marino y si, de sorpresa con el morado. Donde al levantar la mirada, encontró ante sí al duende Colors, tarareando una canción acompasada por la música creada, mientras sus alas se iban tornando de los colores de las mariquitas.

-Felicidades, hallaste lo necesario para volar.

domingo, 24 de febrero de 2013

ALTAR, MENUDO ENGAÑO



Tema: Libertad.

Premisa: No se precisa del altar para ser feliz.

………

Resumen.

Cenicienta vivía feliz hasta que falleció su padre. De ella, se hizo cargo la mujer más malvada del reino, la cual solo la quería como sirvienta, despojándola de todo lo que en un tiempo pasado la había pertenecido.

Un buen día, Cenicienta se cansó de tanta mezquindad y denunció a su madrastra por malos tratos y a sus hijas por ladronas, pues de todas las fiestas que asistían, traían algún recuerdo robado.

La madrastra acabó con sus huesos en la cárcel, y las hermanastras en un lejano reformatorio juvenil.

Cenicienta vendió la gran mansión y compró un piso discreto en la ciudad. Eso de ser ya mayor tenía sus ventajas. El resto de la fortuna la guardó a buen recaudo.

El príncipe la invitó a una fiesta junto al resto de señoritas de la ciudad. Ella asistió encantada, porque ya era hora de vivir su propia vida. Pero sin darse cuenta se pasó un poco con el ponche, perdiendo uno de sus zapatos de cristal al despedirse del príncipe, quien le acompañó toda la velada.

……….

Escena Final.

Desde palacio llegó una misiva a todas las casas, donde habitaban las jóvenes damas de la ciudad. En la cual rezaba:

Estimadas y muy bellas damas:

En unos días se personará en sus moradas, uno de los pajes de palacio, acompañado por mi hombre de confianza. En su haber portará un zapato muy especial para este quien les escribe. Si es vos, mi querida dama, la dueña del mismo, tenga a bien de acompañar a mi emisario, pues os traerá directamente ante mí, para que podamos conocernos mejor.

Atentamente:

Firma y sello: El príncipe.

A Cenicienta le dio la risa al leer semejante pergamino. Se imaginaba al príncipe de casa en casa probando zapatos como un simple zapatero. Terminó de desayunar con un ligero dolor de cabeza, y se apresuró a ordenar su dormitorio. Fue entonces cuando se dio cuenta que le faltaba uno de los zapatos de cristal. –¡Oh Dios mío! ¿Dónde puede estar? – En ese instante cayó en la cuenta del pergamino que había dejado en el comedor. Corrió de nuevo a leer su contenido. ¿Sería posible que lo tuviera él? Tendría que esperar para saber la respuesta, porque por más que intentaba hacer memoria para deducir donde lo habría puesto, no terminaba de recordar bien. –¡Maldito ponche de los mil diantres! –

–Mi señora, no hable de semejante modo, o se tendrá que confesar de nuevo. –Reprendió su nana.

–¡Oh Nana, he perdido el zapato de bodas de mamá! –Confirmó haciendo pucheros como cuando era niña, para evitar una buena reprimenda.

Como su anciana compañera ya había leído el comunicado de palacio a primera hora, comprendió lo sucedido, y quitándole importancia al asunto, se retiró al mercado para proveerse de víveres para el almuerzo.

A los dos días, llegó el emisario de palacio con el zapato de cristal, éste a pesar de ser un número demasiado pequeño para una dama, encajó en el pie de Cenicienta a la perfección, además mostró el parejo para mayor conformidad de los enviados del príncipe.

–Muy bien, señorita, tenga el gusto de acompañarme. –Insistió el hombre con una ligera reverencia.

Ella no dijo nada, tan solo se calzó y subió a la carroza. En silencio llegaron a palacio, donde el príncipe salió raudo y efusivo a su encuentro.

–Eres la más hermosa de todas las damas. ¿Quieres casarte conmigo? –Dijo este hincando una rodilla en el suelo mientras tendía ante ella, una caja con un anillo de oro macizo engarzando un gran diamante.

–Lamento mi descortesía joven príncipe, mas yo no oso casarme con vos ni con nadie. Recién encontré mi libertad y no deseo perderla por el final de un absurdo cuento. Puesto que si nadie nos quiere decir lo que viene detrás de las perdices, será pues, porque nada bueno ha de ser. –La princesa cerró la caja que aún portaba el joven en su mano, y lo ayudó a levantar.

Ante la expectación de cuantos les rodeaban, él tiró el anillo dentro de la carroza, y se unió a tan atrevida libertad. Escapando ambos corriendo muy lejos del lugar y de las insoportables normas tradicionales.

Colorín colorado, al fin, el fiasco del matrimonio ya nos lo hemos cargado.

INFORTUNIOS DE LA VIDA



El devaneo de sesera comenzó cuando aún era pequeña. Vivía en la casita del bosque de Murlet. A mis padres siempre les gustaron el campo y los montes, por eso teníamos el jardín más colorido de la comarca.

Aquella tarde de abril, yo estaba aburrida sentada junto a la fuente del ángel de las sonrisas, cuando de pronto los cascos cautelosos de un caballo llamaron mi atención. Cuan grata fue la sorpresa al encontrarme junto a mí a un unicornio de verdad. Parecía herido puesto que por su quijada corría un delicado hilo de sangre. Parecían mocos de troll lo que se veían en sus crines. Seguro que ellos tenían algo que ver con aquella magulladura. Como mi madre me curaba muchas heridas cortando la punta de uno de los brazos del aloe vera, yo la imité para sanar al ser mágico de los bosques. En agradecimiento me dejó tocar su cuerno con las manos, y después desapareció recuperado del todo. ¡En verdad esa planta es fascinante!

Le conté lo sucedido a mamá pero ella me hizo prometer que guardaría silencio, porque la gente creía que esos animales tan especiales solo aparecían en los cuentos y en las leyendas. Nosotras debíamos velar por el secreto mejor guardado del mundo. Cuando le pregunté que si ella también los había visto, tomando mis manos me dijo que sí, que hacía muchos años, ¡Algo extraordinario sucedió! ¡Vi a mi madre de pequeña dando un beso al cuerno de un unicornio! ¿Sería por eso que ella tenía los labios más seductores del mundo y que sus besos me hacían sentir una calma infinita?

Hoy, no solo lo creo, sino que estoy convencida. Nunca me atreví a contarle que si me cogía de las manos me enteraba de sus secretos, y ella nunca me dijo lo de sus besos. Aunque desde ese instante compartimos algo especial.

Ya han pasado muchos años desde aquello, ahora soy una mujer casada y tengo mi propia vida. Una vida muy diferente a la de aquella infancia pasada. Vivo en la ciudad y gracias a mi peculiar don, soy una importante mujer de negocios. –Nunca me la han dado con chocolate–. Solo firmo un acuerdo cuando sus manos me dejan ver el verdadero fin del mismo. Si no siento cosas buenas no firmo jamás. La competencia me llama “La fémina del traje de oro”. Menos cuando creen que no se la verdad que entonces me llaman “La feísima de oro”. Nunca me ha importado, hasta ahora, porque de sobra sé qué de guapa tengo más bien poco. Yo soy diferente, aunque tampoco soy tan difícil de mirar, como para que me cataloguen como tal. Pero en definitiva, ¿qué más da?

Lo que en verdad me preocupa es mi matrimonio, con él nunca he querido usar mi don, pero lleva un tiempo muy extraño. Cuando me ve se pone nervioso, si pregunto, salta a la defensiva sin más. El juramento que me hice a mí misma, –Nunca entrar en su mente a través de sus manos–. Voy a tener que saltármelo, porque ya no puedo más con esta incertidumbre, aquí está pasando algo y me lo intenta ocultar. Esto no es cosa mía, pues llevo muchos años con Alberto y él no es así. Siempre he evitado coger sus manos o que el tome las mías. Hoy se las agarraría con desesperación, porque igual es que me ha dejado de querer.

Será mejor que no rompa mi promesa y contrate a un detective. Sí, eso será lo mejor. ¿Cómo carajos va a ser eso lo mejor? ¡A la mierda con todo! No puedo esperar más. Como me hubiera gustado tener en estos momentos los besos apaciguadores de mi madre. Pero ella no está.

–¿Cariño puedes venir un momento? –Espeté sin más preámbulos.

–Mmmm… Esto… –El que dudara tanto me ponía cada vez más nerviosa. Por eso salí yo en su busca.

Tomando melosa sus manos mientras le miraba a los ojos disimulando, y como en un flash, me llegó toda la información de golpe. De la conmoción desvanecí cayendo al suelo…

Había recibido el resultado de mis pruebas, no sabía como decirme que tan sólo me quedaba un año de vida y que además estaba embarazada.

lunes, 18 de febrero de 2013

CIEGO DE AMOR



Comienza a clarear el día, lo sé porque el trinar de los pájaros así lo anuncian. Hoy me siento muy nervioso, tanto, que apenas he podido dormir durante la noche. Pero al fin, ha llegado el ansiado treinta de enero. Se termina una etapa en mi vida, para comenzar una nueva.

Me levanto para dirigirme al baño y darme una buena ducha, porque ya tengo el cuerpo molido de dar tantas vueltas en la cama. Susana continúa en el lecho conyugal, por su respiración, reposa en un descanso plácido después de una noche intranquila para ambos. Intentaré ser sigiloso porque esta tarde ha de pasar la prueba más dura para cumplir su sueño, y ahora necesita sosiego.

Una vez aseado, me asomo por la terraza para contemplar el esplendoroso amanecer que me llevaré de recuerdo. Parece que todo va bien encaminado, hasta el cielo está despejado a pesar del frío invierno. Sumido en mis pensamientos, observo todo cuanto me rodea, es tan difícil despedirse de las cosas cotidianas… Mis lágrimas me devuelven a la realidad de mis quehaceres, aún quedan cosas por terminar antes del viaje. Me preparo para la partida, ultimando los detalles de la maleta. Susana ya se ha despertado, por el sonido del agua está bajo la alcachofa de la bañera. Creo que es el mejor momento para escribir una carta. Será una pena no poder deleitarme con su cara cuando la lea. Pero me quedaré con el placer de saber que, este será su mejor San Valentín.

Una vez preparados, bajamos al garaje donde introduzco las maletas en el vehículo y emprendemos la marcha hacia el nuevo futuro que nos espera, impaciente como nosotros mismos. La música del audio cd me estimula a saborear el paisaje como nunca antes degustaron mis pupilas. Me he perdido tantas cosas… Pero no me arrepiento de lo que voy urdir, disfrutaré de la conducción con el regocijo de estar aquí y ahora. Después, Dios proveerá.

Ha pasado una quincena, hoy habrá regresado Susana de la clínica. Yo no he podido acompañarla, quiero que su sorpresa sea especial. La dejé allí con su madre, mi cómplice, y una excusa. Sí, le dije que tenía viaje de negocios y me era imposible quedarme con ella en su restablecimiento tras la operación, pero hemos mantenido contacto por teléfono.

Todo se debe a que hace siete años que tuvimos un aparatoso accidente de tráfico, en el que fuimos envestidos por un camión. Los cristales dañaron las corneas de Susana, apagando la visión de sus ojos. A pesar de ello nos casamos a los dos años. Ella no quería condenarme a vivir con una ciega para siempre, pero yo siempre la he amado y no quería apartarme de su lado. Después llegó nuestro bebé.

-Daría mi vida por poder verle aunque solo fuese un instante. -Dijo ella el día que él nació.

Esas palabras se me clavaron en lo más recóndito del alma. Desde entonces me puse en marcha, hasta que encontré a un doctor que me dio esperanzas.

–Si existiera un donante de conrea compatible con las suyas sería posible su visión. -Dicho y hecho, desde ese instante removí cielo y tierra para encontrarme cara a cara con ese donante.

Soy tan feliz… Seguro que ya estará leyendo mi carta.

14 de Febrero de 2012

Amada mía, esta es la primera carta que lees desde el accidente, por eso quiero que sea de amor. Ya estarás de vuelta en casa tras la operación. Te he decorado nuestra habitación con pétalos rojos, una rosa eterna, bombones, el álbum de fotos y vídeos de nuestra boda, el de nuestra luna de miel, el de nuestro bebe y numerados uno a uno todos los que hemos ido compartiendo en estos años, viajes, cumpleaños, navidades… He dejado constancia en imágenes de toda nuestra vida juntos hasta la fecha. Pero el regalo más especial ya te lo ofrecí para que puedas ver crecer a nuestro niño. Tan solo espero que te guste tanto, como a mí hacerlo. Vosotros sois lo más importante que tengo, y os quiero dichosos.

Nunca olvides que te amo, y que todos tus deseos, si están en mi mano, los haré siempre realidad. Prométeme que serás feliz, y que continuaras viendo y disfrutando de todo cuanto nos rodea por mí. Yo en cambio llevaré esta pesarosa oscuridad por ti. Porque las retinas que ahora llevas son el regalo especial que te ofrezco para este San Valentín.

Siempre tuyo.

Raul, tu esposo ciego de amor.

domingo, 17 de febrero de 2013

QUE EL ARTE DE MI MUERTE NO SEA EN VANO



Año 2007, hacía ya algún tiempo que era vagabundo de las calles de Nicaragua, quizá por eso me encaminaba a la fama sin tener nombre propio. Mi historia, otra de tantas, cachorrito tratado como un juguete hasta que se hace grande y deja de ser atractivo. Conocí a varios amigos como yo por los barrios de la ciudad.

Un día merodeando por nuevos lugares, me acerqué a un hombre que parecía artista, pues estaba como esculpiendo algo, al verme por all í me llamó. En cierto modo estaba un poco receloso, habían sido ya varios los escobazos que me había llevado de los extraños, pero ese hombre parecía querer que me quedara con él, puesto que tras observarme por un rato, me puso un collar y me llevó a un lugar donde me ató con una cadena. Seguro que tenía miedo a que me escapara y me quería a su lado para siempre. Puso pienso en el suelo formando unas letras que decían “Eres lo que es”, y encendió en una pira unas cosas que soltaba un hedor a mil demonios, según lo llamaban ellos era marihuana y crack. Yo creo que no se dio cuenta que eso me aturdía un poco porque para remate, me puso unas secuencias sonoras con el himno sandinista difundido al revés. Realmente enloquecedor, pero no importaba en realidad había encontrado a alguien que me quería.

Aquel emplazamiento era cuanto menos un lugar lleno de individuos andantes. ¡Ah, claro! Seguro que al ser él un artista quería trabajar conmigo cerca. Jo que afortunado era. Una vez me dejó solo llegó la hora de comer, al fin podría disfrutar del manjar.

–Eh oiga, que se ha confundido de cadena. –Ladré para que me oyera–. Esta no llega a las bolitas caninas.

Lo intenté con las manos, a ver si así lograba llegar a alguna. Pero nada, ni tan siquiera a una de ellas alcanzaba. Por más que lo intenté no hubo manera. El esfuerzo me provocó sed, y fue entonces cuando eché en falta el cuenco con el agua. ¡Caramba con los artistas! Que despistados son. Será mejor que me tumbe a esperar a que termine su jornada de trabajo y me llevé con él a casa, allí podré comer y beber sin problemas.

Pasaron las horas, y no se alargó la cadena. La gente iba pasando por delante de mí catalogándome como el perro famélico callejero. Mira por donde eso era como tener nombre y apellido propio, todo un lujo. A algunos de ellos les ladré moviendo la cola para ver si me daban agua o me acercaban el pienso, pero todos eran inmutables. Nadie se prestó a echarme una mano. Las horas continuaban pasando y al final de la jornada llegó la noche. Mi nuevo amo no estaba acostumbrado a tener perro, porque sin darse cuenta se olvidó de mí. Me dejó amarrado en aquel stand como si yo fuese una obra de arte más. Sí, es cierto que los artistas viven en otro mundo alejado de la realidad. ¡Ains! Aunque mis tripas ya rugían de hambre, seguro que por la mañana se acordaría de este felpudo de pulgas, como me llamó el último niño que me visitó aquella tarde. “No le quedará más remedio porque me estoy haciendo caca y pis y voy a tener que soltarlo aquí mismo. Espero que no me largue de una patada, es que no me aguanto más, total el despiste fue suyo no mío”.

Así pasé la noche, acurrucado en mi rincón. Por desgracia, nadie se apiadó en los días venideros, al que yo creí mi amigo solo venía a limpiarme las heces a encender de nuevo la fragancia endemoniada, y a poner la maldita música que tanta manía había cogido yo. Pero ni una caricia, ni un -¿Qué tal amigo?- No sé qué he podido hacer mal para merecer esto. Pero ya no tengo fuerzas, me desmayo a ratos, y no parece importarle a nadie. Ha sido tanta la pérdida de peso en pocos días que siento como el hígado me punza, tengo convulsiones, en ocasiones arcadas, la visión se me nubla. Nadie me ayuda por mucho que gima o me lamente ante ellos. Si tan solo me diesen dos bolas de pienso y un poco de agua…

Viendo todo lo que he visto y conociendo al ser humano como he podido conocer, tal vez morir sea la mejor solución. Al fin podré dejar de sufrir ante tanta injusticia promovida por estos personajes tan vacios y mezquinos. Así llega mi hora, cierro los ojos con los pellejos que una vez fueron mis parpados… Guillermo Vargas, al fin lograste tu exclusiva a costa de mi vida, la de este perro que en ti confió. RIP.

sábado, 26 de enero de 2013

ME GANE EL RESPETO COMO FORREST GUMP



Me llamo Carlos Montoro, aunque todos me llaman Carl, tuve una infancia muy dura, porque yo era diferente al resto de los niños, era huérfano de padre, con aparato en los dientes y siempre iba en silla de ruedas, porque tenía un problema de crecimiento en los huesos. Hasta que un traumatólogo famoso se interesó en mi caso. Mamá me llevó a Barcelona donde me trataron durante tres años, ahora de adulto, ya soy una persona más corriente.

Trabajo cuidando equinos en una gran cuadra de caballos de carreras. Gano poco, y casi todo lo invierto en una yegua que me regaló el jefe, él me da casa gratis a condición de estar disponible en las cuadras las veinticuatro horas de cada día del año. Pero no me importa, porque mi yegua Ánfora es mi vida, de este modo estoy cada día a su lado, entrenando con ella cada rato libre que me queda de la semana. Es pequeña para su raza, pero veloz como la que más.

Al señor Marlon le gusta apostar demasiado dinero en las carreras, está al borde de la ruina, si él lo pierde todo, Ánfora y yo nos quedamos sin casa.

—Oiga, señor, si usted quiere puedo correr el próximo domingo con Ánfora.

—¿Pero tú estás tonto? ¿Cómo quieres que te deje correr con una yegua tan pequeña.

—Perdone señor, pero si la ven tan pequeña nadie querrá apostar por ella, pero usted sabe que Ánfora corre más que ningún pura sangre. —Insistí

—Bueno eso si es verdad, aunque en cuanto la vean correr en los entrenamientos, sabrán que vale más de lo que parece y nuestros planes se habrán desvanecido.

—Sí, pero podemos hacer una pequeña trampa.

—A ver, explícate mejor porque me estás sacando de mis casillas Carl. —No sé porqué se estaba enojando conmigo, cuando yo solo quería solucionar el problema.

—Pues muy sencillo señor, si en los entrenamientos no la dejo correr tanto, y entro de los últimos nadie apostará ni un céntimo por ella. En cambio usted sí, y será el máxime beneficiario de esa apuesta.

—Carl, Carl, nunca dejas de sorprenderme, la próxima vez que te subestime házmelo saber. —Me revolvió el pelo como si yo fuera un chico pequeño, pero eso me gustaba, porque quería decir que confiaba en mí.

Dicho y hecho, nos transportó hasta la hípica donde yo era el cuidador y el jockey de mi yegua, representando a las cuadras Marlon. Todos los que pasaban a ver a los caballos corredores se reían al pasar por nuestra caballeriza.

—Donde irán esos dos una potranca escuálida con un jockey tonto, ver para creer. —De nuevo me llamaban tonto, pero no me importaba porque el domingo esta potra esmirriada y este Jockey nos íbamos a reír al ver sus caras desencajadas al pasar por la meta los primeros.

Llegó el día señalado y como ya sabíamos, nadie apostó por Ánfora, todo iba según lo planeado, mi yegua al entrar en los bóxers ya sabía que algo era diferente, notaba mi nerviosismo por no fallar al jefe. Nos la jugábamos todas a una. Sonó el disparo de salida y no hizo falta espolear a la potranca, salió como si la hubiesen puesto un cardo debajo del rabo. Todos sus músculos en tensión, sus ojos mirando las retaguardias laterales, consumiendo máxime de adrenalina a cada zancada. Yegua corta sí pero veloz como el viento, ya en la primera vuelta les sacábamos una cabeza, al pasar por delante de las gradas, todo eran gritos para animar cada uno a sus caballos y Jockeys. Llegó la curva y nos metimos por dentro para cortar el paso a los que nos venían pisando los talones.

—Corre bonita, corre. —La azucé para que no perdiera el paso.

Ya en la recta final su fosas nasales se abrían al máximo, su cuerpo sudoroso cubierto de venas hinchadas por la carrera con sangre de campeones, yo sabía que no podía apretarla más ese era su ritmo ganador, al fin podía demostrarlo. Un poco más, un poco más…

—Sí, pequeña hemos ganado.

En las gradas todo eran aplausos y malas caras, gestos desaboridos, y comentarios irritantes de los apostantes con mal perder. Pero nos daba igual, porque habíamos ganado. La potranca escuálida y el tonto fuimos los número uno, una vez más demostrábamos al mundo que no se debe hacer de menos a nadie simplemente por su aspecto. Pues los aquí presentes salvamos la economía del jefe y aún corremos de vez en cuando, pero eso sí ahora todos nos respetan.

EN EL RETRATO DE CATALINA



                                                            Ejercicio de Novela

B.J. famoso pintor transgresor del siglo XX en España, tras recibir una llamada cambia su vida. Comienza acuchillando el lienzo para su mujer, en el que lleva trabajando con mimo durante los últimos tres años. Cambiará su estilo de pintar llegando así al éxito, pero su desolación le llevará a la muerte que tanto espera,
puesto que por circunstancias de la vida... En el retrato de Catalina estará la clave de si fue o no asesinado.
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Aquella mañana Bruno Jiménez, más conocido como B.J., se encontraba dando las últimas pinceladas al romántico lienzo transgresor, que en dos semanas destinaría como regalo de aniversario a su mujer. Cuando de pronto sonó el teléfono del estudio. Soltó las herramientas de pintura sobre la mesilla que tenía al lado del caballete, se limpió las manos y respondió a la llamada, pensando que sería para un nuevo encargo. El gesto desconcertante de los ojos, curvaron sus cejas en horror, arrugando tras ellas la frente, dejando aflorar el rostro pálido en cuestión de segundos. “¡No puede ser!”. Se desplomó sin fuerzas en la silla tras dejar caer el auricular al suelo. Incrédulo a la noticia, comenzó a sentirse agitado, su respiración lo asfixiaba, en la parte alta de las orejas y en sus mejillas comenzó a arder la impotencia. Tendió el brazo en la mesa dejando caer la cabeza sobre el mismo y rompió a llorar. Al encoger los dedos encontró casualmente entre ellos el mango del cuchillo de sacar punta a sus carboncillos. Sin pensarlo, se levantó furioso descargando con ira toda su rabia contra el lienzo. Una,… dos,… tres,… cuatro,… hasta trece cuchilladas seguidas, dejando el lienzo hecho girones. Pero sus lágrimas no le permitían ver con claridad semejante destrozo.

Adiós a las mariposas de colores, ni rastro de los almendros en flor, hasta nunca sol de primavera, despedidos los ruiseñores que surcaban los cielos difuminados, Marchitos esos dos ancianos soñadores que un día se prometieron pasear tomados de la mano en una colorida primavera. Licenciado y aniquilado el amor que aquel lienzo representaba para él. Un todo para la mujer más importante de su vida, truncado en un nada. “Mi adorada Catalina”.

Su mente lo transportó tres años al pasado, -como en tantas otras ocasiones en que se ponía a pintar con mesura y dedicación sobre la obra-, a un parque donde se juraron amor eterno, él esperó a primavera para pedirla matrimonio, porque sabía que aquella era su estación preferida. Y cuando ella afirmó que se casarían sellaron con un apasionado beso el amor. Bruno en ese momento la prometió un cuadro de aquel jardín con lo que ella más amara. A lo que Catalina respondió, que pintara los almendros como en febrero, almendros en flor, aunque no fuesen en primavera, con mariposas de colores y ruiseñores volando libres, una pareja de enamorados, pero que esos dos fuesen ellos en la tercera edad, porque algún día cuando los años, y los años pasasen, ellos volverían al lugar donde se dirían una vez más todo cuanto se amarían aun. “Pintor de sueños, me llamaste, amor”.

Aquel trágico accidente, obligó a Bruno a enterrar a su amada Catalina y con ella el amor para siempre. Desde entonces su lucha por sobrevivir hizo que se encerrara en sus cuadros transgresores, los cuales se tornaron en lúgubres, góticos y macabros. La muerte siempre sería representada en aquellas obras, las cuales le lanzarían a la fama, un reconocimiento que no le importaba nada, pues sin su mujer, él solo esperaba encontrarse con la muerte, cosa que todos sabían por las entrevistas. Por eso pasado unos años lo encontraron junto a un antiguo lienzo, donde se veía el rostro de Catalina salpicado de la sangre del famoso B.J. Quien al parecer se había quitado la vida, abrazado al lienzo para darle el último beso de amor.

Dejó una nota en el escritorio donde apareció su cadáver:

Querida esposa mía, al fin volveremos a estar juntos, donde te pintaré cada tarde junto a una nueva puesta de sol.

Firmado: Bruno.

Lo verdaderamente extraño era que el resto de cuadros habían desaparecido, ¿Sería aquello un verdadero suicidio? Eso tendrían que averiguarlo tras muchas pesquisas el equipo de Homicidios de Madrid. Los cuales descubrirían… -Muchas cosas que si os contara, os estropearía el final-.

jueves, 17 de enero de 2013

DOÑA FLORA DE GADES.



Doña Flora de Gades, de 59 años, es noble de cuna. Ahora ostenta el título de marquesa, que heredó tras el fallecimiento de sus padres. Mujer culta donde las haya, pues creció entre los legados y manuscritos de su padre, quien dedicó toda una vida a la literatura y cultura del país. Estudió en los mejores colegios de su época. para seguir sus pasos. Pero tanto se centró en cultivar su mente que descuidó su físico, es por ello que siempre viste de tonos marrones con zapatos planos, pantalones y prendas anchas. La Doña, siempre vive en su mundo interior.
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Su inmueble de vacaciones data del siglo XVI, herencia de sus antepasados. Antaño fue monasterio de frailes. Un caserón en medio de inmensas hectáreas agrícolas y ganaderas, junto a un amplio monte de encinas. Toda una finca en producción de cereales, ovina, caza mayor y menor. Los años no han ido pasando en balde, por lo cual la mansión se ve algo deteriorada, con humedades y en algunas zonas con olor a carcoma. Grandes ventanales con marcos de madera vieja y cristales sujetos con pequeñas puntas.
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Era una tarde de primavera de mil novecientos noventa y uno con un cielo grisáceo, la criada se encontraba en la gran cocina de suelo rojizo, arreglando un pollo para la cena. Cada vez que tenía que ir a la despensa se escuchaba el soniquete de las baldosas sueltas, que no eran pocas. Por eso para evitar tan constantes sonidos vinientes de la cocina, Doña Flora de Gades, con su constante susurro nasal a modo de canturreo interno, se dirigió a la biblioteca para escoger un libro entre los cientos que allí se reunían. Era un buen modo de pasar la tarde, si por algo amaba aquel lugar era por el silencio y el sosiego que aporta el poder vivir en medio del campo, allí como perdido en la nada. Aquel olor a pergaminos viejos, le traía a su mente muy gratos recuerdos de infancia, jugando a los pies de su padre, mientras él escribía las obras de arte que ella podía leer hoy en día. Por tanto escogió uno de esos libros que tanto la motivaban, aún con la letra a mano de su progenitor el marqués de Caunto. Al parecer se estaba levantando algo de viento, porque el zumbido se hacía oír a modo de silbido entre las rendijas de las maderas y cristales de los ventanales.

Con el libro en sus manos decidió salir a leer al porche, pues a pesar de soplar el aire no hacía frío. En el pasillo de esa primera planta, no podía por menos que contemplar los lienzos a escala real de sus ancestros, los cuales siempre parecían observar a quien osase posar la mirada en ellos. Bajó las escaleras haciendo rechinar cada peldaño de madera. Una vez en el pasillo inferior, pensó que ya iba siendo hora de cambiar de zapatos, porque las piedras que decoraban el suelo se le iban clavando considerablemente en los pies. Se paró a centrar uno de los cientos de cuadros de caza, este era una metopa con grandes colmillos reales de jabalí, recuerdo de la montería que allí había celebrado su marido tan solo quince años atrás. Prosiguió el camino por el largo pasillo con su típica entonación personal -si no estaba ocupada en leer, ella siempre iba sumida en la música-, así mientras sus pasos repicoteaban las piedras al pasar. Llegó a la calle donde todo cuanto alcanzaba la vista era suyo, inspiró aquel olor tan puro, que a su vez traía un ligero matiz a tierra mojada, pero no le dio la más mínima importancia. Colocó los suaves y mullidos cojines de gruesas rayas verdes y blancas en la tumbona de madera color hierba, se acomodó y comenzó con su inseparable lectura.

Dos horas después, ajena al tintinear del agua en su amplia vestimenta, ella continuaba inmersa en los mundos imaginados por su padre. Vivía cada palabra, cada línea, cada frase, cada página la acercaba más y más a quien tanto amó y por quien tanta admiración sentía.

-Señora. Oiga Doña Flora. –Dijo la criada tocando su hombro para que saliese de su ensimismamiento, pues llevaba un rato llamando y no contestaba.

-¡Sí! –Respondió sobresaltada.

-¡Señora, que se está, usted, mojando! –Advirtió su doncella.

-¡Oh, pues es verdad! No me había dado cuenta. Gracias María. –Agradeció mientras se sacudía el agua fría que comenzaba a calar el libro y sus prendas.

lunes, 14 de enero de 2013

3.151 VIAJE AL INFIERNO



Muriel Thomas, eres un loco obstinado, toda tu ciencia es hallar la máquina que te traslade al futuro. Has dedicado una vida plena en conseguirlo, pero la obsesión te ha costado en demasía. Ya estás a punto de rendirte, pero aún así vas a probar por última vez. Portas la mochila preparada a conciencia. Como en tantas otras ocasiones añades al marcador la fecha elegida, tres mil ciento cincuenta y uno, aseguras el cierre en la compuerta del minúsculo artefacto del tiempo. Para evitar las risas del fracaso, esta vez has optado por hacerlo en secreto, arriesgando por completo. Ojala funcione. Enciendes motores observando que esta vez la carga de potencia, protones y neutrones es mayor que en pruebas anteriores, quizá se deba a que el resto del mundo duerme y tú puedes absorber mayor cantidad de energía. ¿Cómo no se te ocurrió antes? Contienes el aire en tus pulmones mientras pulsas el interruptor de propulsión y… ¡Por todos los santos! ¿Qué ha sido esa luz? ¿Te has quedado ciego? Muriel, deja de frotarte los ojos y enfoca tío, seguro que algo ha vuelto a fallar. Parpadeas, enfocas, observas. ¡Joder has vuelto a fracasar! Sigues dentro de la misma nave. Sí mejor te jubilas y le dejas esto a los jóvenes que vienen detrás. ¡A quién se le ocurre! A tu edad jugando a los marcianitos. Perdiste la oportunidad de enamorarte y crear tu propia familia para nada. Venga sal y vete a casa, que aquí ya has concluido.

¡Demonios! ¿Qué ha pasado? Todo cuanto te rodea se ha destruido. La máquina del tiempo está dentro de un socavón de arena, el interior se mantiene intacto pero por fuera parece un amasijo de hierro oxidado. Ya ha amanecido, pues el cielo tinta tonos malva. Subes escalando por la tierra, curiosamente esta dura y compacta, como si llevara años en esa situación. Una vez en lo alto no te puedes creer lo que estás viendo. ¿Qué es todo esto? ¿Dónde estás? Parece una ciudad en ruinas, como si una onda expansiva hubiese arrasado todo a su paso hace cientos de años. El sol ya ha levantado por completo pero el color del cielo es extraño, las nubes son entre violetas, rosas, grises, azulados y naranjas amarillentos. Huele raro, una mezcla entre oxido y tierra húmeda. ¿No estarás soñando? Avanzas con pasos cautelosos, el miedo comienza a rondar tu mente. Te giras contemplando la oquedad en la tierra donde se encuentra semienterrado el artilugio del pasado, observas la devastación que hay a su alrededor, y te das cuenta de lo que has hecho. No hay nada, tan solo exterminio. Ni un árbol, ni verde, solo tierra inerte con un fondo destruido con el aspecto de una antigua civilización en forma de ciudad derruida. ¡Has sido tú! Has pagado caro el precio del viaje. Estás en el futuro, sí, pero has matado todo cuanto había. Eres el destructor del planeta. Ni ovnis, ni meteoritos, ni catástrofes naturales. Tú y tu obstinada imprudencia. Soñabas con ser el primero en viajar al futuro, pero no te paraste a pensar en las consecuencias. ¡Eres el único superviviente del año dos mil trece!

Caminas varias millas, para verificar que no hay vida unas ciudades más allá, pero todo el paisaje es igual, montañas y valles desiertos, pueblos y aldeas en reliquias, acantilados con esqueletos de buques naufragados, es como caminar por Egipto en pleno descubrimiento.

Poco a poco vas consumiendo los víveres de la mochila. Los días van pasando pero no te rindes, sigues en busca de supervivencia. La esperanza se consume, lloras el egoísmo del inventor. Tanto tiempo deseando llegar a lo desconocido, y ahora darías tu ser por regresar al pasado y cambiarlo todo. Seis días más, trasegando por la aflicción, te sientas a la orilla de un rio sin peces, sin insectos, ni vegetación. Te lavas la cara y pruebas su contenido, ¡H2O, pura y limpia! Rebuscas en la bolsa de basura todo lo que se puede utilizar, pues hasta ahora lo has guardado todo. Siembras lo que puede ser la nueva creación. Semillas de manzana y pipos de naranja, es poco, pero tal vez sea un buen comienzo para la esperanza de vida, pues la temperatura es óptima para que germinen. Te tumbas esperando el fin, al menos que el cuerpo sirva de alimento ya que tu ser trajo la muerte. Ahora sí, el mundo depende de tu ADN