sábado, 26 de enero de 2013

ME GANE EL RESPETO COMO FORREST GUMP



Me llamo Carlos Montoro, aunque todos me llaman Carl, tuve una infancia muy dura, porque yo era diferente al resto de los niños, era huérfano de padre, con aparato en los dientes y siempre iba en silla de ruedas, porque tenía un problema de crecimiento en los huesos. Hasta que un traumatólogo famoso se interesó en mi caso. Mamá me llevó a Barcelona donde me trataron durante tres años, ahora de adulto, ya soy una persona más corriente.

Trabajo cuidando equinos en una gran cuadra de caballos de carreras. Gano poco, y casi todo lo invierto en una yegua que me regaló el jefe, él me da casa gratis a condición de estar disponible en las cuadras las veinticuatro horas de cada día del año. Pero no me importa, porque mi yegua Ánfora es mi vida, de este modo estoy cada día a su lado, entrenando con ella cada rato libre que me queda de la semana. Es pequeña para su raza, pero veloz como la que más.

Al señor Marlon le gusta apostar demasiado dinero en las carreras, está al borde de la ruina, si él lo pierde todo, Ánfora y yo nos quedamos sin casa.

—Oiga, señor, si usted quiere puedo correr el próximo domingo con Ánfora.

—¿Pero tú estás tonto? ¿Cómo quieres que te deje correr con una yegua tan pequeña.

—Perdone señor, pero si la ven tan pequeña nadie querrá apostar por ella, pero usted sabe que Ánfora corre más que ningún pura sangre. —Insistí

—Bueno eso si es verdad, aunque en cuanto la vean correr en los entrenamientos, sabrán que vale más de lo que parece y nuestros planes se habrán desvanecido.

—Sí, pero podemos hacer una pequeña trampa.

—A ver, explícate mejor porque me estás sacando de mis casillas Carl. —No sé porqué se estaba enojando conmigo, cuando yo solo quería solucionar el problema.

—Pues muy sencillo señor, si en los entrenamientos no la dejo correr tanto, y entro de los últimos nadie apostará ni un céntimo por ella. En cambio usted sí, y será el máxime beneficiario de esa apuesta.

—Carl, Carl, nunca dejas de sorprenderme, la próxima vez que te subestime házmelo saber. —Me revolvió el pelo como si yo fuera un chico pequeño, pero eso me gustaba, porque quería decir que confiaba en mí.

Dicho y hecho, nos transportó hasta la hípica donde yo era el cuidador y el jockey de mi yegua, representando a las cuadras Marlon. Todos los que pasaban a ver a los caballos corredores se reían al pasar por nuestra caballeriza.

—Donde irán esos dos una potranca escuálida con un jockey tonto, ver para creer. —De nuevo me llamaban tonto, pero no me importaba porque el domingo esta potra esmirriada y este Jockey nos íbamos a reír al ver sus caras desencajadas al pasar por la meta los primeros.

Llegó el día señalado y como ya sabíamos, nadie apostó por Ánfora, todo iba según lo planeado, mi yegua al entrar en los bóxers ya sabía que algo era diferente, notaba mi nerviosismo por no fallar al jefe. Nos la jugábamos todas a una. Sonó el disparo de salida y no hizo falta espolear a la potranca, salió como si la hubiesen puesto un cardo debajo del rabo. Todos sus músculos en tensión, sus ojos mirando las retaguardias laterales, consumiendo máxime de adrenalina a cada zancada. Yegua corta sí pero veloz como el viento, ya en la primera vuelta les sacábamos una cabeza, al pasar por delante de las gradas, todo eran gritos para animar cada uno a sus caballos y Jockeys. Llegó la curva y nos metimos por dentro para cortar el paso a los que nos venían pisando los talones.

—Corre bonita, corre. —La azucé para que no perdiera el paso.

Ya en la recta final su fosas nasales se abrían al máximo, su cuerpo sudoroso cubierto de venas hinchadas por la carrera con sangre de campeones, yo sabía que no podía apretarla más ese era su ritmo ganador, al fin podía demostrarlo. Un poco más, un poco más…

—Sí, pequeña hemos ganado.

En las gradas todo eran aplausos y malas caras, gestos desaboridos, y comentarios irritantes de los apostantes con mal perder. Pero nos daba igual, porque habíamos ganado. La potranca escuálida y el tonto fuimos los número uno, una vez más demostrábamos al mundo que no se debe hacer de menos a nadie simplemente por su aspecto. Pues los aquí presentes salvamos la economía del jefe y aún corremos de vez en cuando, pero eso sí ahora todos nos respetan.

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