domingo, 17 de febrero de 2013

QUE EL ARTE DE MI MUERTE NO SEA EN VANO



Año 2007, hacía ya algún tiempo que era vagabundo de las calles de Nicaragua, quizá por eso me encaminaba a la fama sin tener nombre propio. Mi historia, otra de tantas, cachorrito tratado como un juguete hasta que se hace grande y deja de ser atractivo. Conocí a varios amigos como yo por los barrios de la ciudad.

Un día merodeando por nuevos lugares, me acerqué a un hombre que parecía artista, pues estaba como esculpiendo algo, al verme por all í me llamó. En cierto modo estaba un poco receloso, habían sido ya varios los escobazos que me había llevado de los extraños, pero ese hombre parecía querer que me quedara con él, puesto que tras observarme por un rato, me puso un collar y me llevó a un lugar donde me ató con una cadena. Seguro que tenía miedo a que me escapara y me quería a su lado para siempre. Puso pienso en el suelo formando unas letras que decían “Eres lo que es”, y encendió en una pira unas cosas que soltaba un hedor a mil demonios, según lo llamaban ellos era marihuana y crack. Yo creo que no se dio cuenta que eso me aturdía un poco porque para remate, me puso unas secuencias sonoras con el himno sandinista difundido al revés. Realmente enloquecedor, pero no importaba en realidad había encontrado a alguien que me quería.

Aquel emplazamiento era cuanto menos un lugar lleno de individuos andantes. ¡Ah, claro! Seguro que al ser él un artista quería trabajar conmigo cerca. Jo que afortunado era. Una vez me dejó solo llegó la hora de comer, al fin podría disfrutar del manjar.

–Eh oiga, que se ha confundido de cadena. –Ladré para que me oyera–. Esta no llega a las bolitas caninas.

Lo intenté con las manos, a ver si así lograba llegar a alguna. Pero nada, ni tan siquiera a una de ellas alcanzaba. Por más que lo intenté no hubo manera. El esfuerzo me provocó sed, y fue entonces cuando eché en falta el cuenco con el agua. ¡Caramba con los artistas! Que despistados son. Será mejor que me tumbe a esperar a que termine su jornada de trabajo y me llevé con él a casa, allí podré comer y beber sin problemas.

Pasaron las horas, y no se alargó la cadena. La gente iba pasando por delante de mí catalogándome como el perro famélico callejero. Mira por donde eso era como tener nombre y apellido propio, todo un lujo. A algunos de ellos les ladré moviendo la cola para ver si me daban agua o me acercaban el pienso, pero todos eran inmutables. Nadie se prestó a echarme una mano. Las horas continuaban pasando y al final de la jornada llegó la noche. Mi nuevo amo no estaba acostumbrado a tener perro, porque sin darse cuenta se olvidó de mí. Me dejó amarrado en aquel stand como si yo fuese una obra de arte más. Sí, es cierto que los artistas viven en otro mundo alejado de la realidad. ¡Ains! Aunque mis tripas ya rugían de hambre, seguro que por la mañana se acordaría de este felpudo de pulgas, como me llamó el último niño que me visitó aquella tarde. “No le quedará más remedio porque me estoy haciendo caca y pis y voy a tener que soltarlo aquí mismo. Espero que no me largue de una patada, es que no me aguanto más, total el despiste fue suyo no mío”.

Así pasé la noche, acurrucado en mi rincón. Por desgracia, nadie se apiadó en los días venideros, al que yo creí mi amigo solo venía a limpiarme las heces a encender de nuevo la fragancia endemoniada, y a poner la maldita música que tanta manía había cogido yo. Pero ni una caricia, ni un -¿Qué tal amigo?- No sé qué he podido hacer mal para merecer esto. Pero ya no tengo fuerzas, me desmayo a ratos, y no parece importarle a nadie. Ha sido tanta la pérdida de peso en pocos días que siento como el hígado me punza, tengo convulsiones, en ocasiones arcadas, la visión se me nubla. Nadie me ayuda por mucho que gima o me lamente ante ellos. Si tan solo me diesen dos bolas de pienso y un poco de agua…

Viendo todo lo que he visto y conociendo al ser humano como he podido conocer, tal vez morir sea la mejor solución. Al fin podré dejar de sufrir ante tanta injusticia promovida por estos personajes tan vacios y mezquinos. Así llega mi hora, cierro los ojos con los pellejos que una vez fueron mis parpados… Guillermo Vargas, al fin lograste tu exclusiva a costa de mi vida, la de este perro que en ti confió. RIP.

No hay comentarios:

Publicar un comentario