sábado, 13 de octubre de 2012

A ORILLAS DEL RIO TE ENTERRE



Entré con el alma desolada en aquel poblado a lomos de Sultana, mi yegua blanca, lo único que me quedaba del pasado. Teníamos el cuerpo ensangrentado tras la batalla que habíamos dejado atrás. Los surcos de las lágrimas permanecían corrientes por mis sucias mejillas. Delante mía, portaba el cuerpo inerte de mi pequeño descendiente, ¿como podría volver la vista atrás sabiendo toda la muerte que dejaba allí? Maldigo mil veces a la mezquina humanidad del hombre, ellos que no satisfechos por asesinar a todos los aldeanos, a las pocas mujeres que aún permanecíamos con vida nos ultrajaron en lo más hondo de nuestro ser, robando lo que más amamos, nuestros hijos y nuestra honra femenina.

Yo al menos pude hallar fuerzas para huir de la masacre, y llevarme el cuerpo de mi niño, para devolverlo a la madre tierra. Después ya no me quedaría nada por lo que vivir.

Así fue como una vez dentro de aquella aldea vecina, descubrí que ellos también habían pasado por el mismo trance de muerte y desolación tan solo unas horas antes que nosotros. Continué entre las casas aún humeantes, sin fijarme en aquella gente, yacientes sin almas, miraba perdida en mi propio dolor.

Sultana seguía caminando con rumbo impreciso, como si no llevase jinete que la guiase por un camino elegido. Ella en casa me salvó la vida buscando mi seguridad ante tan aberrante situación, y lo que no sabía es que yo no la salvé a ella sino al revés.

Ahora una vez más, me alejaba de todo aquello por su propio instinto de seguridad. Llegando al riachuelo que nos daba vida en un pasado feliz. Me bajé de ella para que pudiese beber; y allí de rodillas en el suelo con el que fue mi bebé en brazos, no podía dejar de llorar. En aquella verde hierba húmeda por la frescura del río, bajo la arboleda que le protegía de los rayos del sol, sentí por primera vez que el dolor de mi corazón me decía que aún estaba viva, y me odié por ello.

Con mis manos escarbé en el suelo, mientras Sultana pastaba tranquilamente junto a nosotros. El ardor de mis dedos no impedirían que mi hijo tuviese una digna sepultura, por lo que seguí escarbando cada vez más y más profundo en la tierra. Cuando al fin obtuve un espacio suficiente para mi pequeño, me giré con las manos goteando sangre de los dedos. Lo tomé nuevamente en mis brazos mientras lo arrullaba, llenando su carita de infinitos besos, tantos como le hubiese dado en toda una vida de dicha. Tan solo cuando el hormigueo de mis piernas me avisaron del momento en que la despedida eterna habría cesado. Le di el último y más largo beso de amor materno, y lo deposité con sumo cuidado en el fondo de aquella cuna de tierra, que mis manos con tanta pena y amargura habían creado para él. Una vez en el fondo envuelto en mi chal para que siempre llevase algo mio. Comencé a cubrir despacio y con suavidad su delicado y diminuto cuerpo, mientras llorando le cantaba su ultima nana.

Duerme mi gran amor,

duerme entre tu nueva cunita de algodón,

allí arriba en las nubes del cielo,

donde cada día te veré yo…

………………………………………………………………….

http://www.youtube.com/watch?feature=endscreen&v=jSvxE5eIUIQ&NR=1


2 comentarios:

  1. Vaya Rotbel... me has emocionado. Cuánta ternura y amor derrochas... Enhorabuena.

    ResponderEliminar
  2. hola.
    perdona que utilice este medio para ponerme en contacto contigo,pero no tengo hoy por hoy otro medio.
    mi decisión de dejar el curso es firme,pues se trata motivos que están relacionados con convicciones personales.
    no obstante me gustaría no perder el contacto y a través de nuestros respectivos blogs continuar la colaboración.

    ResponderEliminar